La escritura está a menudo formulada como
complemento al juego de la reflexión, especialmente la poesía, que con el uso
de imágenes, metáforas, y todo tipo de herramientas que conforman el arte del
poeta, descubre a través del lenguaje lírico, de la subjetividad, los efectos
de las emociones en el marco de lo que se escribe. Salen a flote sentimientos,
que motivados por el deseo y la tendencia de transcribir las ideas, dan origen
a una forma, digamos más libre de expresión. Libertad de expresar sentimientos,
aunque paradójicamente esté sujeta a reglas de lenguaje, de sintaxis
gramatical, de género literario, y también al estilo; y es aquí donde toma
sentido la exigencia, aquello que nos mueve a mejorar lo escrito y que a veces
nos lleva a cuestionarnos con respecto al resultado.
El escritor, además de su propio lector, es también
lector; debe, por ende, ser su propio crítico llamado a formar parte del
constante aprendizaje que nace de ambas actividades.
Una articulación entre el lector y el texto, que hoy
día se facilita en una mayor proporción debido a la propagación y difusión de
este tipo de trabajo y de todo arte en general, por la utilización de un medio
veloz y de gran alcance, como lo es la Internet.
Si bien sabemos que la escritura es un acto de
comunicación; la lectura, es complemento indispensable para esta comunicación.
El lector es parte activa y vital que corona o aplasta lo escrito, que añade su
propio punto y sabor. Y la escritura, que no es otra cosa que una invitación a
la lectura, tal vez provocación a la misma, logra desentrañar, muchas veces con
estricta limpieza, los pensamientos y los debates internos de quien escribe, y
despertar otro tanto en quien los lee.
Todo acto de comunicación está matizado
emocionalmente y pasa, de forma inevitable, por el filtro de subjetividad,
tanto de quien emite el mensaje como de quien lo recibe. En la interrelación
escritor-lector, la particularidad de la función comunicativa o el modo en que
el receptor debe tomar el texto, no es exclusiva del texto literario.E
Tanto quien escribe como quien lee, aportan su
ración al producto, por lo que el fruto del acto de escribir, en un plano
subjetivo de comunicación tiene de uno y de otro; recoge, en las más íntimas
vivencias, un resultado de esta comunicación, que a su vez origina un nuevo
producto que pasa directamente a influir en el lector de manera que lo articula
con episodios creados expresamente para ello. Esta comunicación subjetiva,
ánima elemental que interrelaciona al lector con el texto, y a su vez con quien
lo escribe, no es otra cosa que la fusión de dos actos y el acto de leer, pasa
a formar parte del acto de escribir desde el punto en que es concebida la
escritura, una vez que incluye al lector en el proyecto del escritor.
http://www.mundoculturalhispano.com/spip.php?article3487
Ver también otros puntos de la actividad.
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